En días recientes leí la mención sobre un libro
dedicado a mujeres escritoras, poetizas hispanoamericanas, que hicieron del
suicidio su obra final. No es de extrañar
que entre ellas se incluyera a nuestra Julia de Burgos.
Esta lectura me resulto penosa, incluso molesta. Al suicidio se le ha adjudicado la infame connotación
de “acto cobarde y desesperado, digno de lxs débiles de espíritu o de carácter moral”. Si a esto le sumamos el agravante de “mujer romántica y enamorada
de un hombre que la engañó”, hemos completado el autorretrato de la sub-especie
más merecedora de tal deshonroso desenlace, según una corte marcial de
hipocritxs machistas.
Yo ciertamente discrepo de tan denigrante
actitud.
Me suscribo, por ejemplo, al caso de Julia de
Burgos. De hecho, cuando joven, en mis
20 y tantos, pensaba en el desenlace mortal, frio y solitario de Julia (de Burgos)
como uno triunfal y valiente. Al fin y
al cabo, esta mujer se enfrentó sola, se arriesgó sola, a los embates de su
tiempo. Un tiempo al que no pertenecía
por estar adelantada a él. Ella, reconociéndose
humana, sabia a lo que se enfrentaba, aun así, “dejo los montes y se vino al
mar” para trabajar en pos de sus ideales y convicciones de persona-mujer. Amo con gusto y ganas, con valor (porque amar
es posiblemente la más aguerrida de nuestras proezas humanas). Le hizo frente a los gigantes del “establishment”
y murió con “su número en mano” reafirmando su identidad.
Los fundamentalistas que criminalizan el derecho inalienable
de cada ser humano a poder regir sobre sus vidas (que incluye la muerte), son
los mismos que han adjudicado al suicidio un estigma de pecado mortal. Su opinión no me merece la mínima consideración
porque hacerlo es dar razón a un sinrazón.
A todas esas valientes mujeres, que se enfrentaron a
la muerte como lo hicieron a la vida, les dedico este maravilloso trabajo de
Isadora Libertad…
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