Supongo que siempre quise ser científica. Lo supongo porque hasta mi primera (y única)
casa de muñecas fue un rudimentario laboratorio de taxonomía que yo misma
construí, echando mano de una caja de cartón lo suficientemente grande como
para acomodar a mis ocho años de estatura.
No fue fácil dividir el corazón entre las bellas y las rudas artes, así
que opte por repartirlo. A mis tiernos
nueve escuchaba cantantes europeos y veía clásicos del cine, a mis doce años
escribí mi primer poema, a mis trece decidí que estudiaría ingeniera química
mientras seguía escribiendo poesía, así de simple. Tuve la oportunidad de entrar a un programa
de ciencias y matemáticas ofrecido dentro del sistema de educación pública, no
lo dude ni un instante. Tuve la
oportunidad de exponerme a cursos avanzados de humanidades, tampoco lo
dude.
Fui a la universidad, durante prácticamente diez años
consecutivos. Luego, seguí trabajando como
investigadora (mi pasión secreta), regrese al terruño y decidí que mi espíritu
no estaba destinado a florecer “dentro del hermético claustro
universitario”. Me tire a la calle a
buscar mi forma de vivir mi ciencia y de servir a la sociedad. En aquel entonces (como todavía no lo es
ahora) el entendimiento de lo que implica una “economía del conocimiento” no
estaba presente ni en las políticas públicas ni en el pensamiento popular. Buena parte de lxs científicxs renegados
trabajábamos en cualquier actividad que nos salvara de morir en la
indigencia. Las ideas bullían en
nuestras mentes casi tan rápido como las deudas en nuestros bolsillos
agujerados. Los trabajos científicos
“extramurales” se realizaban (se realizan) como mucho “ad honorun”,
pero se hacían y hacen.
Aquel sueño de niñxs se ha ido transformando en un
extraño ideal de vida, un norte que muy bien puede arrastrarnos hacia un
abismo. Pero como la vida termina
siempre en algún tipo de abismo, esta última opción no nos preocupa. Más preocupante es que se desperdicie la
oportunidad de conjugar ganas y circunstancias en pos de una solución de salud,
publico-social o incluso económica, para
que los próximos inquilinos no tengan que venir a resolver viejas cuestiones y
se enfoquen en las que quedan pendientes.