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(Conclusión)
La bruma de la noche
anterior parece haberse evaporado con el frescor de los primeros rayos del
alba. Todo está en calma, el viento, los
ladridos de los perros del vecino, el aleteo de los pájaros en sus nidos. Todo incluso la respiración pausada de René,
durmiendo con su rostro contra la almohada, con su silueta desnuda,
despreocupada y descubierta, exudando por todos sus caminos la paz de una vida
plena.
Eve, guardiana de su
sueño, la contempla a su lado. Traza con
su mirada la curva de sus ojos dormidos, sus labios entreabiertos, su perfil
imperfectamente helénico, se fija en un par de rebeldes hebras plateadas asomadas
en su cabellera y piensa en el instante cuando tuvo el valor de decir, de
admitir: “…yo también te quiero…”
Si es cierto lo que
proponen los miembros de la tribu Hopi, el tiempo no existe, o más bien, su
transcurrir. Entonces, pasado y futuro
colapsan ambos en el “hoy” y el “ahora”.
De esa gran revelación se percataron ellas, instintivamente, cuando sus
senderos se cruzaron y a partir de ese hecho quisieron continuar andando
juntas…
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“…¡Qué vicio el tuyo de andar mirando mujeres
desnudas…!” Esa voz interrumpió sus pensamientos y
acaparó su atención. Frente a sus ojos
se materializaba aquella sonrisa, la misma que hacia de cada despertar el
mejor…
E:_ Hola…
M:_ Hola, aún es temprano…
E:_ No para mirarte bajo este haz de luz… Me encanta como el tragaluz del techo desvía
los rayos del sol o la luna hacia el cuadro del graffiti, y como este los
devuelve convertidos en acuarelas de luz.
Hace un momento apenas, tu espalda era un mar sereno y azul… Otras veces, tus pechos me han parecido dos
montañas pintadas de color verde-yerba…
M:_ Entonces, ¿admites que me espías mientras
duermo… desnuda…?
E:_ ¡Siempre!
…
Una imperceptible melodía les llegaba desde algún lugar en el tiempo y
danzaron a su compás como siempre pensaron que lo harían…, como dos esencias
que son una, y viceversa…
…