Querido blog,
Superada una etapa difícil y aprendida una lección
importante, me apresto a reencontrarme con el sendero. Quizás sea yo, pero siento tantas o más
piedras en el camino que cuando lo deje hace un tiempillo. En fin, es el único que tengo, el que han
construido mis pasos, mis decisiones, mis desatinos, el más que me disfruto y el
que me llena.
Últimamente he estado pensando mucho en el tiempo,
como idea y como cuestión concreta. Supongo
que ya me ha llegado a mí también el “tiempo” de comenzar a hacer inventario de
mis posesiones (curiosa palabra). Pero
lo más curioso es que el instinto (esa energía que me impulsa desde que tengo
memoria) me sugiere que mis “tiempos” se acortan. Ese llamado de mis células me hace sentido si
pienso en los factores genéticos que me expresan biológicamente, pero también
los factores políticos que acechan nuestra maltrecha libertad a decidir cómo,
donde y cuando vivir. Bueno…
Andaba repasando cosas que se vivieron antes cuando no
podía precisar la finitud del tiempo y por tanto asumía que era “infinito”, y
que su finalidad era ser feliz. Creo que
finalmente comienzo a entender que la complejidad de la vida, de vivir, no
puede limitarse a momentos de alegría preferencialmente. La experiencia de vivir necesita también del
dolor, la tristeza, la decepción, la rabia, para que sea verdaderamente humana. Y hasta me permito una bravuconada: postulo
que la vida vivida ha sido un ensayo, la verdadera comenzara una vez la energía
que expela mi aliento se transforme, se mude de cuerpo.
Cantemos a coro…
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