“Soy una abuela soltera de diez….” Bueno, diez aproximadamente… Normalmente son ocho, pero hay instantes
cuando suman hasta once… Once gatos
refugiados que comenzaron a colarse en mi vida como una avalancha súbita. Llegaron sucios y ariscos (¡como gatos que
son!) a la puerta de cristal posterior de mi apartamento que comunica con el
patio, si mal no recuerdo, hace ya sobre un año. Yo siempre he sido perruna, así que lidiar con
entes gatunos fue una experiencia de primeriza. La conexión no fue inmediata, lo que si lo
fue, fue mi interés por estos canallas.
Siempre había escuchado que “el gato” era más independiente y despegado
que los perros, pero eso no fue lo que esta pandilla me mostraba. Al principio recuerdo a Mamá con sus cuatro
cachorros, y también a la otra gata flaca, golpeada, hambrienta, francamente
penosa que capturo mi atención. Todos
venían a refugiarse a mi alero, de la lluvia o el sol candente, del cansancio por
luchar día tras día por no ser engullidos por algún perro con malas pulgas.
El asunto es que de alguna forma encontramos la manera
de irnos acercando, superando miedos y recelos mutuos. Hoy les agradezco haber irrumpido en mi vida
como lo hicieron, aunque mi vocación de soltera persiste, mi deseo genuino de
compartir alegrías y penurias, preocupaciones y esperanzas, de cuidar y dejarme
cuidar, ha encontrado el valor de manifestarse.
Y bueno, también la tropa ha ido creciendo en número y diversidad de caracteres. Supongo que iré añadiendo trozos de nuestras
historias, por lo pronto me queda una sonrisa tonta recordando como éramos
cuando nos conocimos…
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